Historias memorables del "titanic"
MILIVINA DEANLa última superviviente fue una señora llamada Milvina Dean. Milvina solo tenía nueve semanas cuando fue rescatada del Titanic y tenía 97 años cuando murió. Casualmente, murió en la fecha del 98 aniversario de la botadura del Titanic. La última superviviente del Titanic viajaba a Estados Unidos junto a su madre, madre y hermano. Emigraban a Kansas City, donde su padre iba a llevar un estanco. El padre de Milvina, Bertram, de tan solo 25 años de edad, falleció en el hundimiento del Titanic. Había notado el impacto del iceberg y le dijo a su esposa que subiera a cubierta con los niños. Después de llegar a Nueva York en el Carpathia, el resto de la familia Dean regresó a Inglaterra. La madre de Milvina no le habló de la catástrofe del Titanic hasta que cumplió 8 años. Milvina vivió en Southampton y en sus alrededores durante toda su vida y, en sus últimos años, dedicó gran parte de su tiempo a responder las cartas de admiradores del Titanic de todo el mundo, a firmar autógrafos y a recibir visitas.
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Españoles a bordo |
Diez fueron los españoles que se embarcaron y siete los que sobrevivieron. Diez españoles de entre más de 2.200 pasajeros. La mayoría ni siquiera llegó a saber de la existencia de compatriotas en el barco.
Una de ellas es Elena Ugarte, sobrina-nieta de los Peñasco (a la izquierda, en la imagen), una pareja de recién casados cuya historia a bordo del Titanic es digna de una película. Ugarte cuenta aVanitatis que, como familiar de un pasajero del buque más famoso de todos los tiempos, "pensar en la tragedia y conocer cada detalle de la historia es muy emocionante".car."El Titanic se llevó al fondo del mar la ilusión de la nueva América, un país libre donde trabajar, la tierra de las oportunidades... Es como si el Concorde, en su primer vuelo París-Nueva York, se hubiera caído", señala Elena. |
LOS STRAUS Y SU AMOR INSUMERGIBLE
Si hay algo insumergible y que sobreviva a la muerte ese algo es el amor, ¿no? Por eso, de entre los miles de historias que naufragaron con el Titanic la que más me gusta es la de Isador e Ida Straus. Eran dos pasajeros de primera del Titanic que volvían a Nueva York, donde vivían, desde Europa. Eran dos personajes muy conocidos, pues él era propietario junto con su hermano de Macy’s (la que durante muchos años se ha considerado “la tienda más grande del mundo“), toda una institución en Nueva York. |
Juan Padró Manent
«Tenía que comprobar si, efectivamente, el agua estaba subiendo. No había duda posible. El agua negra y glacial avanzaba lentamente. Cuando comprobé que aquello se iba a pique, sin remedio, que el agua me subía por los pies, traté por todos los medios de salvarme».
Así lo recordó Julián Padró Manent, junto a su esposa, Florentina Durán, españoles de nacimiento, pero nacionalizados en Cuba, tras muchos años de estancia en La Habana.
Ambos tuvieron la suerte de estar entre los sobrevivientes del drama del trasatlántico Titanic, el 15 de abril de 1912, cuando se hundió al chocar con un témpano de hielo.
«Mi esposa y yo —contó Padró a Santovenia entonces— embarcamos en el Titanic a las cinco de la tarde del día 11 de abril, en Cherburgo, Francia. El trasatlántico, el mayor barco que surcaba los mares, se dirigía a Nueva York. Estaba considerado como el buque más seguro de cuantos existían.
«Los 16 compartimientos en que estaba dividido su casco, lo hacían, en opinión de los expertos, insumergible. Se había planeado y construido con todas las características de un fenomenal bote salvavidas. «En cuanto a los pasajeros, les diré que los camarotes de lujo estaban ocupados por personas de las más conocidas: Isidor Straus, propietario de los grandes almacenes neoyorquinos de Macy and Company, y su esposa J. Astor, los dos en luna de miel; Bruce Ismay, director general de la compañía inglesa White Star Line, a la cual pertenecía el Titanic, y otros cuyos nombres escaparon a mi memoria». Padró contó que al cuarto día de navegación, el tiempo amaneció claro y despejado. Arriba, en la cubierta, hacía un frío tremendo. El mar estaba sereno, todos lucían alegres y divertidos. Nadie podía suponer lo cercana que estaba la tragedia. «Esa noche, después de la cena, varios amigos nos reunimos en el salón de fumar para jugar unas partidas de ajedrez, mientras unos hablaban y otros se entendían con los naipes». Contó que después se había retirado a descansar. Estando acostado, medio somnoliento, sintió un golpe, se incorporó, pero volvió a dormirse. Tan leve fue el choque, que no le dio importancia. |
Y siguió adormecido. Como él muchos. La colisión había sido tan ligera, que algunos ni se despertaron. Además, «el Titanic era insumergible», según les habían hecho creer.
«Con una noche tan hermosa, ¿a quién se le iba a ocurrir que la dentada garra del témpano había causado un desgarrón de 100 ó 150 metros de largo?». Recordó que unos fuertes golpes en la puerta de su camarote hicieron que se levantara rápidamente. Al abrirla reconoció a uno de sus compañeros de ajedrez. «¡Amigo, estamos en peligro!», fue todo lo que le dijo. ¡Para qué fue aquello! Como un tiro, salvavidas en mano, salieron disparados para la cubierta. Allí los pasajeros no cesaban de hacer preguntas e investigar. Un oficial se les acercó para decirles que habían chocado con un témpano de hielo, pero sin mayor peligro. Mientras, el agua entraba y entraba. Inútil lucha contra el porfiado mar. El agua subía sin cesar y no se daban cuenta. Por fin se arriaron las embarcaciones salvavidas y se dio la orden: ¡Mujeres y niños a los botes! ¡A ponerse los salvavidas! Algunos, nerviosos y descreídos, se rieron. Otros se pusieron a llorar. Los demás no creyeron posible que semejante trasatlántico se hundiera. Muchas mujeres se resistieron a entrar en los botes. Su esposa, por suerte, no era de estas y abordó uno. El salvamento, no obstante, se hizo con demasiada lentitud. Pasó el tiempo. Los botes siguieron descendiendo, reinó un poco de confusión y recibieron más y más gente. |
Margaret Brown "Molly Brown"
Me estiré en mi cama de latón, al lado de una lámpara. Completamente absorta en la lectura casi ni me enteré del golpe en la ventana de arriba que me tiró al suelo. En cuanto me levante salí al pasillo para averiguar con que habíamos chocado y vi que muchos hombres también habían salido en pijama. Parecían estar escuchando en silencio, pensando que no sería nada grave, aunque se daban cuenta de que los motores habían parado justo después del choque y de que el barco no se movía. Molly volvió a su camarote pero escuchaba el ajetreo que aumentaba en el pasillo así que se dispuso a averiguar que estaba pasando. “Salí de nuevo al pasillo y vi a un hombre completamente pálido, con los ojos encendidos, como si fuera un fantasma. Cogía aliento y me dijo casi sin voz que cogiera mi salvavidas.”
Molly Brown, acostumbrada a viajar, nunca temió por su vida, pensó que si sucedía lo peor siempre podría salir nadando. No fue necesario, después de ayudar a dos pasajeros a subir a un bote salvavidas le dijeron que ella también iba y subió al bote nº6. Ese bote estaba preparado para 65 pasajeros, sin embargo solo subieron a bordo 21 mujeres, 2 hombres y un chico de doce años. Mientras arriaban los botes Molly contempló con horror como el agua brotaba de una grieta en el lateral del barco. Las últimas órdenes que recibieron del Capitán Smith eran de “remar hacia la luz y de mantenerse juntos.” Mientras el bote se alejaba se dieron cuenta de que no había ninguna luz. Molly deslizó el pesado remo de madera con la ayuda de otra mujer y las dos remaron juntas. “Cuando nos alejábamos del barco, oímos disparos. Luego nos dijeron que eran los oficiales que disparaban mientras arriaban los botes para evitar que los pasajeros de las plantas bajas saltaran a ellos y los hundieran. Otros decían que eran las calderas.”
Molly podía oír todavía ladridos de perros y llantos de niños a lo lejos. Quería creer que también los habían subido a los botes salvavidas. Finalmente los llantos cesaron y se escucho un gran estruendo al estallar las calderas y todo el contenido del barco se deslizo a un lado. “De repente se hizo una grieta en el mar y la espuma rodeo el barco como si fueran brazos gigantes y la nave desapareció de nuestra vista.” Los ocupantes del bote de Molly permanecieron en silencio en medio del shock. Quisieron volver para rescatar a las personas que habían quedado en el agua, pero el contramaestre Hutchens dijo que eran sus vidas las que estaban en peligro ahora y que las víctimas que se ahogaban volcarían el pequeño bote intentando subir para salvarse. Con reticencias, las mujeres volvieron a los remos mientras escuchaban los gritos desesperados que venían del mar. Continuaron remando cuatro horas mas viendo ocasionalmente destellos de bengalas que disparaban desde los otros botes. A las cuatro y media de la mañana Molly vio un destello de luz. Era el Carpathia que se acercaba. Tras subir a bordo les dieron café caliente mientras escudriñaban la cubierta buscando rostros familiares.
Molly, aunque estaba dolorida, cansada y muerta de frío, se dispuso a ayudar. Su conocimiento de idiomas le permitió consolar a los supervivientes que no hablaban inglés. También busco por todo el barco mantas y comida para las mujeres que dormían en el comedor y en los pasillos. Confeccionó una lista de supervivientes que se envió por radio a sus expensas. Molly se dio cuenta de que muchas de las mujeres lo habían perdido todo; maridos, niños, ropa, dinero y objetos de valor y que encima se disponían a comenzar una nueva vida en otro país. Antes de que el Carpathia llegara a Nueva York recaudó 10.000 dólares para las victimas más desfavorecidas entre los pasajeros de primera clase. El Carpathia atracó en el muelle 54 de Nueva York donde una multitud de 30.000 personas esperaban. Molly fue rodeada por periodistas y al preguntarle que fue lo que la ayudo a sobrevivir respondió; “la suerte típica de los Brown, somos insumergibles.
Molly Brown, acostumbrada a viajar, nunca temió por su vida, pensó que si sucedía lo peor siempre podría salir nadando. No fue necesario, después de ayudar a dos pasajeros a subir a un bote salvavidas le dijeron que ella también iba y subió al bote nº6. Ese bote estaba preparado para 65 pasajeros, sin embargo solo subieron a bordo 21 mujeres, 2 hombres y un chico de doce años. Mientras arriaban los botes Molly contempló con horror como el agua brotaba de una grieta en el lateral del barco. Las últimas órdenes que recibieron del Capitán Smith eran de “remar hacia la luz y de mantenerse juntos.” Mientras el bote se alejaba se dieron cuenta de que no había ninguna luz. Molly deslizó el pesado remo de madera con la ayuda de otra mujer y las dos remaron juntas. “Cuando nos alejábamos del barco, oímos disparos. Luego nos dijeron que eran los oficiales que disparaban mientras arriaban los botes para evitar que los pasajeros de las plantas bajas saltaran a ellos y los hundieran. Otros decían que eran las calderas.”
Molly podía oír todavía ladridos de perros y llantos de niños a lo lejos. Quería creer que también los habían subido a los botes salvavidas. Finalmente los llantos cesaron y se escucho un gran estruendo al estallar las calderas y todo el contenido del barco se deslizo a un lado. “De repente se hizo una grieta en el mar y la espuma rodeo el barco como si fueran brazos gigantes y la nave desapareció de nuestra vista.” Los ocupantes del bote de Molly permanecieron en silencio en medio del shock. Quisieron volver para rescatar a las personas que habían quedado en el agua, pero el contramaestre Hutchens dijo que eran sus vidas las que estaban en peligro ahora y que las víctimas que se ahogaban volcarían el pequeño bote intentando subir para salvarse. Con reticencias, las mujeres volvieron a los remos mientras escuchaban los gritos desesperados que venían del mar. Continuaron remando cuatro horas mas viendo ocasionalmente destellos de bengalas que disparaban desde los otros botes. A las cuatro y media de la mañana Molly vio un destello de luz. Era el Carpathia que se acercaba. Tras subir a bordo les dieron café caliente mientras escudriñaban la cubierta buscando rostros familiares.
Molly, aunque estaba dolorida, cansada y muerta de frío, se dispuso a ayudar. Su conocimiento de idiomas le permitió consolar a los supervivientes que no hablaban inglés. También busco por todo el barco mantas y comida para las mujeres que dormían en el comedor y en los pasillos. Confeccionó una lista de supervivientes que se envió por radio a sus expensas. Molly se dio cuenta de que muchas de las mujeres lo habían perdido todo; maridos, niños, ropa, dinero y objetos de valor y que encima se disponían a comenzar una nueva vida en otro país. Antes de que el Carpathia llegara a Nueva York recaudó 10.000 dólares para las victimas más desfavorecidas entre los pasajeros de primera clase. El Carpathia atracó en el muelle 54 de Nueva York donde una multitud de 30.000 personas esperaban. Molly fue rodeada por periodistas y al preguntarle que fue lo que la ayudo a sobrevivir respondió; “la suerte típica de los Brown, somos insumergibles.
LA MALDICIÓN DE LA MOMIA
Corría el año de 1890 cuando, un joven ingles adinerado visitó las excavaciones que estaban haciendo cerca al Luxor, donde adquirió el cofre de la Princesa de Amen-Ra, una momia egipcia, para adornar su colección personal de objetos antiguos. Luego de enviar la momia a Inglaterra en un barco de carga, el joven inglés se embarcó rumbo a su tierra donde debía recibirla.
Pero el joven desapareció misteriosamente mientras navegaba hacia Inglaterra, al parecer se cayó del barco y se ahogó sin que nadie se diera cuenta. Su compañero de travesía llegaría a Inglaterra donde días después moriría en un accidente automovilístico mientras el capitán del barco de carga que llevaba la momia perdía un brazo debido a un accidente dentro del barco.
La momia que se encontraba en puerto sin ser reclamada fue adquirida por un comerciante, que días después fue herido en un accidente y su casa se incendió, convencido de que la momia estaba maldita, la donó al museo Británico.
hundimiento
Los guardias del Museo Británico escuchaban gritos aterradores junto al féretro, cosas que desaparecían como por encanto y hasta uno de los guardias se suicidó dentro del museo junto a la Princesa de Amen-Ra, al final el museo decidió deshacerse de ella pero nadie la quería recibir.
Finalmente un arqueólogo estadounidense que no creía en las historias alrededor de la Momia decidió comprársela al museo y llevársela para USA donde la exhibiría en un Museo. Arregló su transporte desde Inglaterra hasta New York en una caja en la bodega de carga del RMS Titanic, el resto, es historia.
Esta historia le dio la vuelta al mundo en los años posteriores al desastre, lo cierto es que no existe registro alguno en la carga de una momia egipcia aunque algunos argumentan que el arqueólogo la llevaba al escondido para evadir impuestos de entrada. El sarcófago, sin momia, de la Princesa de Amen-Ra puede ser visitado incluso hoy, en el Museo Británico (ítem 22542).
Pero el joven desapareció misteriosamente mientras navegaba hacia Inglaterra, al parecer se cayó del barco y se ahogó sin que nadie se diera cuenta. Su compañero de travesía llegaría a Inglaterra donde días después moriría en un accidente automovilístico mientras el capitán del barco de carga que llevaba la momia perdía un brazo debido a un accidente dentro del barco.
La momia que se encontraba en puerto sin ser reclamada fue adquirida por un comerciante, que días después fue herido en un accidente y su casa se incendió, convencido de que la momia estaba maldita, la donó al museo Británico.
hundimiento
Los guardias del Museo Británico escuchaban gritos aterradores junto al féretro, cosas que desaparecían como por encanto y hasta uno de los guardias se suicidó dentro del museo junto a la Princesa de Amen-Ra, al final el museo decidió deshacerse de ella pero nadie la quería recibir.
Finalmente un arqueólogo estadounidense que no creía en las historias alrededor de la Momia decidió comprársela al museo y llevársela para USA donde la exhibiría en un Museo. Arregló su transporte desde Inglaterra hasta New York en una caja en la bodega de carga del RMS Titanic, el resto, es historia.
Esta historia le dio la vuelta al mundo en los años posteriores al desastre, lo cierto es que no existe registro alguno en la carga de una momia egipcia aunque algunos argumentan que el arqueólogo la llevaba al escondido para evadir impuestos de entrada. El sarcófago, sin momia, de la Princesa de Amen-Ra puede ser visitado incluso hoy, en el Museo Británico (ítem 22542).